Pionero en técnicas terapéuticas percutáneas o cateterismos terapéuticos (angioplastia coronaria, valvuloplastia mitral y aórtica, etc.), jugó un papel decisivo en el desarrollo del primer estudio aleatorizado sobre estents coronarios (Benestent), publicado en 1994; dispositivo adoptado posteriormente para su uso clínico en los Estados Unidos de América (USA).
Ha desarrollado, en paralelo, una intensa carrera investigadora, formando parte de más de 100 estudios internacionales, en 32 de ellos como parte del Comité de Dirección, y coordinando 28 estudios nacionales.
También, es autor de 655 artículos en revistas científicas, de los que dan buena cuenta las más de 31.265 citas (Scimago) ó 45.061 (JCR) generadas por estas publicaciones, con un índice Hirsh de 88 y un factor de impacto de 2.731 solo en 2019.
Miembro reputado de diferentes sociedades científicas (fue presidente de la Sociedad Española de Cardiología -2009/2011-, FACME -13/16- y OAT -14/16-), comités editoriales y comités asesores españoles y americanos , y por mencionar algunos de sus cuantiosos méritos, cabe destacar el Premio Rey Jaime I de Investigación Médica 2007, junto a otros doce galardones.
No existe la suerte en ciencia, investigación o innovación, solo el trabajo con una pizca de fortuna
A juicio del Dr. Carlos Macaya “había pocas dudas sobre ello -quizá no siempre tanta voluntad de acción-, pero los desafíos que ha planteado la actual pandemia han puesto en evidencia el peso que debieran tener la ciencia y la investigación en un futuro centrado en el bienestar de toda la población.
El coronavirus SARS-CoV-2, responsable de la enfermedad COVID-19, comenzó a colonizar todo el planeta hace ya casi dos años, y en menos de 24 meses ha dejado unas cifras desoladoras: en torno a 4,6 millones de fallecidos y más de 228 millones de personas infectadas.
No solo son esos números. Además de las tragedias que hay detrás de cada una de esas muertes, la situación también ha supuesto un cambio de escenario que ha incluido confinamientos, nuevas formas de trabajo y un gran golpe a la economía que afecta a todas las escalas de la sociedad.
El mundo ha cambiado, y ese nuevo escenario ha traído a primer plano una necesidad imperiosa: la de la investigación en materia de salud. Porque, como la Historia nos ha enseñado, las grandes crisis que han hecho especialmente vulnerable a la sociedad arrojan luz demostrando lo que resulta, a claras luces, prioritario: un modelo más justo y equitativo en el que la investigación y la innovación en materia de salud se sitúen en primer lugar.
Lecciones de la historia
Aunque ha tenido que llegar una nueva pandemia para recordarnos lo que ha sufrido el mundo a lo largo de todo su pasado, y cómo reaccionó en aquel entonces, lo cierto es que no estamos ante un escenario completamente nuevo.
Hace ya un siglo que comenzaba la mayor pandemia conocida hasta la fecha, la bautizada como ‘gripe española‘, que dejaba entre 20 y 50 millones de fallecidos en todo el mundo, según cálculos de la Organización Mundial de la Salud. Causó más muertes que la I Guerra Mundial, un conflicto que estaba finalizando, precisamente, a la vez que comenzaba a propagarse una pandemia que acabó contagiando al menos a un tercio de la población mundial.
A la sazón, el conocimiento y los recursos eran limitados. No había sistemas públicos de salud, por lo que la medicina solo era accesible para una parte de la población. Además, aún no se había descubierto el primer antibiótico, que llegó una década después. En cuanto a la primera vacuna contra la gripe tardaría aún más, ya que no estuvo lista hasta los años 40 de dicho periodo.
El gran peso que supuso la pandemia en aquella época, no solo en cuanto al número de fallecidos sino también en lo relativo a las consecuencias económicas de la situación, evidenció la importancia de la cooperación internacional y la inversión en salud. Fue así como poco después de concluida la I Guerra Mundial nacía la sección de Salud de la Liga de las Naciones, el organismo multilateral que precedió a la OMS. Se trataba de una agencia técnica que ideó sistemas internacionales de control de epidemias.
La investigación en ciencia y salud se empezó entonces a considerar un pilar clave sin el que la economía era incapaz de avanzar, y por primera vez, médicos profesionales, y no diplomáticos, tomaban las riendas de organismos supranacionales como la Office International d’Hygiène Publique. En este contexto es en el que empieza a avanzar la salud pública y donde el Estado se convierte en “proveedor de bienestar”.
Reconfiguración mundial. Cambio de prioridades hacia la Ciencia
Un siglo después, las lecciones aprendidas no habían quedado del todo en el olvido, pero la inversión en investigación, ciencia e innovación para la salud había dejado de ser prioritaria. Por el contrario, otros sectores, como el de la industria bélica, mantenían unos presupuestos muy elevados. Incluso en el año en que comenzó la pandemia, 2020, EEUU siguió aumentando su presupuesto militar.
Según un estudio elaborado por el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo, Estados Unidos, el año pasado, continuó ejerciendo como líder mundial de la inversión en Defensa, con más de 778.000 millones de dólares (aproximadamente, 673.430 millones de euros) dedicados en el 2020 a esta industria. Nada menos que un 6 % más que lo destinado al mismo sector en los presupuestos el año anterior.
Sin embargo, el nuevo escenario de prioridades parece haber cambiado las cosas. Hace solo unas semanas, el pasado 1 de septiembre, el presidente Joe Biden anunciaba, a raíz de su retirada de Afganistán, que la era del intervencionismo estadounidense había terminado, prometiendo que no habría ‘grandes operaciones militares’ durante su mandato.
Y aunque eso no signifique reorientar todo ese presupuesto hacia la inversión científica, deja entrever otro orden de prioridades. Un ejemplo de ello es China, el segundo país del mundo en gasto absoluto en Defensa. Según el citado informe, el año pasado ya estuvo muy por debajo de Estados Unidos en gasto militar, destinando a ello 252.000 millones de dólares. Pero lo más destacable es que esa cifra resulta ser un 3,4 % más baja que la del año anterior.
Por el contrario, la inversión en salud se multiplica, y no solo como respuesta a una situación de emergencia. Según el Informe sobre las Inversiones en el Mundo, elaborado por la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), los flujos mundiales de inversión extranjera directa, como cabía esperar, se reducirán a causa de la presión por la pandemia de la COVID-19.
No obstante, la inversión prevista se centrará en requerimientos que hasta ahora ocupaban un segundo plano.
De esa forma, la UNCTAD estima que los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) experimentarán un notable empujón tanto de fuentes públicas como privadas, especialmente, en seis de esos sectores: infraestructuras, mitigación del cambio climático, alimentación y agricultura, salud, telecomunicaciones, y ecosistemas y biodiversidad.
Asimismo, y obedeciendo, en concreto, al cambio de prioridades que ha desencadenado la pandemia, el informe vislumbra ‘una mayor promoción de las inversiones en salud, seguridad alimentaria y digitalización’.
Aún así, el supuesto crecimiento general estará muy por debajo de las necesidades reales para lograr un bienestar a corto, medio y largo plazo; y se evidencian, cada vez más, tanto el deber de cambiar nuestro modelo productivo y de cooperación global como la obligación de apostar decididamente por la investigación y la innovación en ciencia como la única manera de asegurar un futuro para todas y todos.
Nuevo escenario de futuro en investigación e innovación
Los aprendizajes que nos ha dejado, y nos continúa dejando, esta pandemia no pueden ser más claros: la ciencia es la única herramienta eficaz no solo para combatir la expansión del SARS-CoV-2 y la enfermedad de la COVID-19, sino también para poder mantener un equilibrio de bienestar en todas las áreas económicas en el ámbito internacional.
Sin la investigación en ciencia hubiera sido imposible la comprensión del virus y de su poder de transmisión, al igual que el desarrollo de terapias y por supuesto de vacunas en un período de tiempo tan breve. Y gracias a esos avances, las consecuencias de la pandemia no han sido aún peores, ni en materia sanitaria ni en términos económicos.
Como especifica el informe Perspectivas de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) sobre Ciencia, Tecnología e Innovación 2021, ‘la pandemia ha puesto de relieve, en mayor medida que en las últimas crisis, la importancia de la ciencia y la innovación para estar preparados y ser capaces de dar respuesta a las próximas crisis’.
Desarrollar nuevas políticas en materia de ciencia, tecnología e innovación es una necesidad urgente que no puede ni debe retrasarse si buscamos el avance de la sociedad.
En el mundo científico esa idea caló a fondo desde los inicios de la pandemia. Prueba de ello es que, como muestra el informe de la OCDE, entre enero y noviembre de 2020 se difundieron alrededor de 75.000 publicaciones científicas sobre la COVID-19, facilitando el acceso abierto a más del 75 % de ellas.
Por otra parte, las bases de datos de investigaciones y las editoriales científicas suprimieron sus muros de pago para que la comunidad científica pudiera compartir publicaciones y datos relacionados con la COVID-19, de forma que el avance del conocimiento pudiera ser más rápido y todos pudiéramos beneficiarnos de ello.
Es cierto que todo se ha dado en unas circunstancias excepcionales que pocos podrían haber imaginado hace solo dos años, pero ha servido también para evidenciar que el camino hacia una ciencia más abierta es el correcto.
Con todo, nada de lo anterior sirve de mucho sin inversión. Y a pesar de que el retorno de esa inversión es más que evidente, y hay algunas señales de esperanza en este sentido como las expuestas con anterioridad, sigue siendo necesario incidir sobre ello.
El informe Innovación sanitaria para salir reforzados de la crisis de la COVID-19, de la consultora Hiris Care y Farmaindustria, evidencia esa asociación entre crecimiento económico e inversión en Sanidad afirmando que cada euro invertido en salud e innovación tiene un efecto multiplicador en términos de crecimiento económico y de empleo muy superior al de la inversión en cualquier otra actividad económica.
De ahí la necesidad de elaborar un plan de inversión en Sanidad que, según indica el informe Inversión en sanidad: la vía española hacia la prosperidad, elaborado por Analistas Financieros Internacionales (Afi) con el apoyo de la Fundación Farmaindustria, durante el próximo lustro se podrían elevar los recursos destinados a la asistencia sanitaria en dos puntos en relación al PIB, generando un incremento de hasta 427.000 millones de euros en el PIB entre los años 2025 y 2040.
Concretamente, cada euro invertido en investigación genera 1,6 euros de valor añadido, según este informe, dato que avala que esa inversión en investigación genera efectos tractores que van más allá de las ramas productivas más ligadas a la Sanidad, impulsando la actividad de servicios especializados, comerciales e industriales, entre otros.
Y ha sido precisamente una de las enseñanzas de la pandemia: invertir en salud pública e innovación sanitaria mejora el bienestar de todos y aumenta la eficiencia económica. Esa relación entre coste y beneficio no es nada novedoso, pero circunstancias de crisis como la que vivimos nos hacen a todos más conscientes de los fuertes vínculos entre salud, sociedad y economía.
La importancia del conocimiento, más allá de las crisis
Por otra parte, gracias a la investigación y a la tecnología, en los países occidentales la esperanza de vida experimentó notables avances en el último siglo.
Por ejemplo, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), la esperanza de vida en España pasó de ser 70,56 años en hombres y 76,30 en mujeres en 1975 a alcanzar los 80,86 en hombres y los 86,22 en mujeres en 2019. Una década más de vida en menos de medio siglo gracias a los avances científicos.
La cardiología es uno de los campos en los que se puede comprobar más directamente cómo la investigación ha logrado hacer avanzar hacia una mayor y mejor calidad de vida.
En las últimas décadas, el conocimiento del órgano motor del cuerpo humano ha dado un salto extraordinario, y las nuevas técnicas y pruebas diagnósticas, así como los nuevos tratamientos, están no solo reduciendo notablemente la mortalidad sino también permitiendo una calidad de vida excepcional, incluso en los más mayores.
De esta manera, a pesar del envejecimiento de la población, lo que incrementa la prevalencia de la enfermedad cardiovascular, si en 2002 las enfermedades cardiovasculares causaban, según el INE, el 34,1% del total de muertes, en 2018 habían bajado al 28,3 %, (aunque sigan constituyendo la primera causa de muerte en nuestro país y en el mundo desarrollado).
Los avances en intervencionismo coronario, el implante de prótesis valvular aórtica por vía percutánea, la reparación percutánea en otras cardiopatías, los adelantos en la ecocardiografía, los avances en técnicas de imagen para profundizar en el conocimiento de los mecanismos celulares y moleculares asociados a las distintas patologías, y una larga lista de nuevas técnicas de diagnóstico, han sido fundamentales, junto con la innovación en los tratamientos, para lograr esa reducción de cifras en la mortalidad cardiovascular.
Otros esfuerzos a destacar que están consiguiendo importantes avances se centran desde hace ya unos años en el estudio de la genética aplicado a las patologías cardiovasculares, (en especial la muerte súbita), en la investigación de los genes implicados en las enfermedades cardiovasculares de origen hereditario y en el desarrollo de nuevas técnicas que ofrezcan pronósticos certeros en la evolución del paciente.
Tampoco debemos olvidarnos de todo lo que ha logrado la investigación en el abordaje del riesgo cardiovascular, pudiendo determinar eficaces herramientas de prevención, la mejor manera sin duda de promover salud cardiovascular.
Estudios como Predimed -en el ámbito de la alimentación- o Di@bet.es; investigaciones acerca de las causas y formas de tratamiento de la hipertensión o sobre la influencia del ejercicio frecuente; o conocimientos sobre los efectos de los niveles elevados de colesterol en sangre, han supuesto todo un avance gracias al que seguir reduciendo la prevalencia de la enfermedad cardiovascular en la sociedad es una posibilidad real.
Del mismo modo, la investigación realizada en la afección de temas como la calidad del aire, factor de riesgo recientemente reconocido por la OMS, nos ha alertado no solo sobre su potencial afectación en la génesis de la enfermedad sino también sobre su probada incidencia en posteriores procesos de rehabilitación cardíaca, fundamentales para la adecuada recuperación de los pacientes.
El campo es tremendamente amplio: el desarrollo tecnológico, el estudio de los genes presentes en las células (genómica), la investigación en cuanto al perfil de las proteínas en sangre (proteómica) o el conocimiento de todos los factores ambientales con las oportunidades en cuanto a los resultados de su interacción que nos ofrece la inteligencia de datos (‘big data’).
Realmente, pueden generar enormes avances en el ámbito de diagnóstico y pronóstico, evolucionando hacia una medicina personalizada y generando unos parámetros de prevención que nos podrán llevar seguramente a unos escenarios hasta ahora impensables.
La oportunidad está ahí, y hoy, con más conciencia que nunca, podemos decir que la ciencia, unida a la innovación y a la tecnología, son la clave de nuestro futuro.
No me atrevería a afirmar, como he escuchado pronosticar a alguna reconocida personalidad, que morir pueda llegar a ser una opción, pero sí tengo una certeza: ciencia, innovación y tecnología implican progreso económico, social y personal; implican bienestar; y son, en definitiva, imprescindibles pilares para un mundo mejor”, concluye el doctor Carlos Macaya Miguel, un hombre fundamental en la cardiología española, latinoamericana y mundial.